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¿Una
Iglesia cristiana-judía o una Iglesia nueva? Es decir, quien entraba en la
naciente Iglesia, ¿tenía que circuncidarse y observar toda la ley de Moisés...o
abrirse a una nueva realidad, un nuevo estilo? Para esto se reunió el primer
concilio en Jerusalén, con Pedro a la cabeza y los demás apóstoles y decidieron
con la luz del Espíritu Santo que no era necesario circuncidarse.
a)
Son comunidades afincadas en el mundo helenista.
Esto le ofrecía múltiples ventajas, pues era el mundo más culto, pero también
traía la amenaza de un paganismo hedonista, de atractivos y fáciles cultos
religiosos, costumbres reñidas con el evangelio. Ahora se entienden las
continuas advertencias, recomendaciones y llamadas de atención de Pablo a esas
comunidades. b)
La mayor parte de ellas estaban enclavadas en las regiones costeras del
norte del Mediterráneo (Asia Menor, Grecia,
Italia); dentro, por tanto del imperio romano. Tanto Pablo como sus
colaboradores procuraron establecer las comunidades cristianas en centros
neurálgicos, en ciudades unidas entre sí por una fuerte red de comunicaciones.
Así se favorecía el contacto y el diálogo entre las comunidades cristianas. c)
Son comunidades establecidas en núcleos urbanos
en contraste con las comunidades rurales palestinenses.
Pablo no es ciertamente el fundador del cristianismo, pero sí es el creador del
cristianismo urbano con todo lo que este acontecimiento iba a suponer para la
evolución del cristianismo. e)
Son comunidades formadas por cristianos de procedencia tanto judía como
pagana. Esto trajo, al inicio, sus dificultades,
pero que fueron superándose con el amor cristiano. f)
Son comunidades en las que, junto al entusiasmo y el heroísmo, está presente
el pecado. No eran comunidades santas, sino
comunidades que querían ser santas; con virtudes y defectos, con ejemplos
maravillosos y con pecados. Pero ésta es c)
Dificultades:
Incomprensiones y falsas acusaciones, por todas partes y
procedentes de sus mismos hermanos judíos y de los paganos, griegos y romanos.
Cárcel, desde donde escribió varias cartas.
Martirio en Roma, decapitado, hacia el año 67, durante la
persecución de Nerón. Las primeras comunidades cristianas o lo que es lo mismo la primera
Iglesia ¿Quiénes la forman?. Cuando leemos los primeros capítulos del libro de los Hechos encontramos
una Iglesia compuesta por Judíos convertidos al evangelio de Jesucristo tanto
residentes de Jerusalén como de los de la dispersión ( Hechos
2:14). Las diferencias en En los hechos tratados en el concilio en
Jerusalén se deja ver la transparencia de conciencia conciliatoria que existía
tanto en Pablo como en Pedro al momento de ser celebrado. Allí se corregio cierto desorden que estaba siendo promovido dentro
de Bernabé y Pablo fueron bien recibidos en
Jerusalén, tanto de “la iglesia como de los Apóstoles y los ancianos”
(15:4). No olvidemos que Pedro estaba allí y era uno de los
principales de los Apóstoles. El problema a tratarse en Jerusalén no
eran las “supuestas diferencias” entre Pedro y Pablo pues sino Pedro y Pablo no
hubieran sido usados como instrumentos de Dios para exponer las soluciones al
problema bajo la guía y dirección del Espíritu Santo. A estas
alturas de su vida ministerial el Apóstol Pedro había sido tratado en la
presencia del Señor por dos incidentes mencionados en las
escrituras. El primero lo menciona el Apóstol Pablo en Gálatas 2:11-21. En esta ocasión Pablo le
reprochó a Pedro su hipocresía. Este todavía tenía ciertos
vestigios del legalismo hipócrita que tanto daño hizo ayer como lo sigue
haciendo hoy. Es allí donde el Apóstol le recuerda a
Pedro que: “El hombre no es Justificado por las obras de la ley si no por la fe
en Jesucristo” (Gálatas 2:16 ).
Y como decimos en el campo "Para terminar de afeitarlo" Dios lo
llevo a casa de Cornelio para dejarle saber que: “Lo que Dios limpio no lo llame inmundo el hombre”. Bajo esta experiencia el entendió que: “Dios no hace acepción
de personas, si no que en toda nación se agrada del que le teme y hace
Justicia”. Por eso quedo: “Atónito cuando vio a los creyentes entre
los gentiles recibir el Espíritu Santo y hablar en otras lenguas y que
magnificaban a Dios”. Al cabo de tan trascendental experiencia entendió que el reino de
Dios se abrió para los gentiles y él mismo ordenó que fueran bautizados en agua
(Hechos 10:15, 34,35,44-48). La iglesia recibió el testimonio de Pedro con: “mucho gozo
maravillados que a los gentiles también Dios había dado arrepentimiento para
vida” (Hechos
12:17,18). Es por esta razón que el concilio en
Jerusalén no es una disputa de legalismo entre Pedro y Pablo si no contra los
de Después de estos testimonios hubo tal
acuerdo en “no imponer ninguna carga mas que estas cosas necesarias: que os
obtengáis de las cosas sacrificadas a los ídolos, de ahogado, y de fornicaciün; de las cuales cosas si os guardareis, bien
haréis” (Hechos 15:28-29)
“Simón Pedro, Siervo y Apóstol de Jesucristo, a los que habéis alcanzado por la
justicia de nuestro Dios y Salvador Jesucristo, una fe igualmente preciosa que
la nuestra”. (Apóstol Pedro en 2 de Pedro 1:1). La persecución contra “Y tened entendido que la paciencia de
nuestro Señor es para Salvación; como también nuestro amado hermano Pablo,
según la sabiduría que le ha sido dada, os ha escrito, casi en todas sus
Epístolas hablando en ellas de estas cosas; entre las cuales hay algunas
difíciles de entender, las cuales los indoctos e inconstantes tuercen, como
también las otras escrituras para su propia destrucción” ( 2
de Pedro 3:15,16). La fe de Pedro y Pablo a estas alturas de
su vida era ejemplar. Es por eso que en sus escritos ambos
por inspiración del Espíritu Santo hablan una misma cosa y en ningún momento
hay entre ellos contradicción. Este incidente provocado por el rechazo
del judaísmo a los gentiles, rechazo del que ni siquiera Pedro puede escapar
aquí, motivará que se convoque el Concilio de Jerusalén. En esta reunión, de
importancia capital para 23
Por su medio les enviaron esta carta: «Los apóstoles y los presbíteros
hermanos, saludan a los hermanos venidos de la gentilidad que están en Antioquía, en Siria y en Cilicia. 24
Habiendo sabido que algunos de entre nosotros, sin mandato nuestro, os han
perturbado con sus palabras, trastornando vuestros ánimos, De esta forma, con un compromiso que
obligaba a los cristianos gentiles a lo expuesto en el versículo 29, se les
liberaba de la obligación de tener que convertirse al judaísmo. El compromiso resuelto en Jerusalén
protegía la existencia de las comunidades mixtas que Pablo había predicado en
las jóvenes iglesias del Asia menor. Sin embargo, la plena comunión entre
circuncisos e incircuncisos resultaba problemática., entonces ¿Debería ser
considerada secundaria la salvación de Jesucristo? Pablo reivindica la nueva
vida en la fe, el don del Espíritu y la supremacía de la divina promesa sobre A partir de este momento, Pablo tenía las
manos libres para predicar el Evangelio entre todos los pueblos de Como en otras
cuestiones de la vida de San Pablo, el Papa Benedicto XVI dedicó una audiencia
completa a San PABLO – LA VIDA EN LA IGLESIA La historia nos
demuestra que normalmente se llega a Jesús pasando por la Iglesia. En cierto
sentido, como decíamos, es lo que le sucedió también a san Pablo, el cual
encontró a la Iglesia antes de encontrar a Jesús. Ahora bien, en su caso, este
contacto fue contraproducente: no provocó la adhesión, sino más bien un rechazo
violento. La adhesión de
Pablo a la Iglesia se realizó por una intervención directa de Cristo, quien al
revelársele en el camino de Damasco, se identificó con la Iglesia y le hizo
comprender que perseguir a la Iglesia era perseguirlo a él, el Señor. En
efecto, el Resucitado dijo a Pablo, el perseguidor de la Iglesia: "Saulo, Saulo, ¿por qué me
persigues?" (Hch 9, 4). Al perseguir a la
Iglesia, perseguía a Cristo. Entonces, Pablo se convirtió, al mismo tiempo, a
Cristo y a la Iglesia. Así se comprende por qué la Iglesia estuvo tan presente
en el pensamiento, en el corazón y en la actividad de san Pablo. En primer lugar estuvo presente en cuanto que
fundó literalmente varias Iglesias en las diversas ciudades a las que llegó
como evangelizador. Cuando habla de su "preocupación por todas las
Iglesias" (2 Co 11, 28), piensa en las
diferentes comunidades cristianas constituidas sucesivamente en Galacia, Jonia, Macedonia y Acaya.
Algunas de esas Iglesias también le dieron preocupaciones y disgustos, como
sucedió por ejemplo con las Iglesias de Galacia, que
se pasaron "a otro evangelio" (Ga 1, 6), a
lo que él se opuso con firmeza. Sin embargo, no se sentía unido de manera fría
o burocrática, sino intensa y apasionada, a las comunidades que fundó. Por ejemplo,
define a los filipenses "hermanos míos queridos y añorados, mi gozo y mi
corona" (Flp 4, 1). Otras veces compara a las
diferentes comunidades con una carta de recomendación única en su género:
"Vosotros sois nuestra carta, escrita en nuestros corazones, conocida y
leída por todos los hombres" (2 Co 3, 2). En
otras ocasiones les demuestra un verdadero sentimiento no sólo de paternidad,
sino también de maternidad, como cuando se dirige a sus destinatarios
llamándolos "hijos míos, por quienes sufro de nuevo dolores de parto,
hasta ver a Cristo formado en vosotros" (Ga 4,
19; cf. 1 Co 4, 14-15; 1 Ts
2, 7-8). En sus cartas,
san Pablo nos ilustra también su doctrina sobre la Iglesia en cuanto tal. Es
muy conocida su original definición de la Iglesia como "cuerpo de
Cristo", que no encontramos en otros autores cristianos del siglo I (cf. 1
Co 12, 27; Ef 4, 12; 5, 30;
Col 1, 24). La raíz más profunda de esta sorprendente definición de la Iglesia
la encontramos en el sacramento del Cuerpo de Cristo. Dice san Pablo:
"Dado que hay un solo pan, nosotros, aun siendo muchos, somos un solo
cuerpo" (1 Co 10, 17). En la misma Eucaristía
Cristo nos da su Cuerpo y nos convierte en su Cuerpo. En este sentido, san
Pablo dice a los Gálatas: "Todos vosotros sois
uno en Cristo" (Ga 3, 28). Con todo esto,
san Pablo nos da a entender que no sólo existe una pertenencia de la Iglesia a
Cristo, sino también una cierta forma de equiparación e identificación de la
Iglesia con Cristo mismo. Por tanto, la grandeza y la nobleza de la Iglesia, es
decir, de todos los que formamos parte de ella, deriva del hecho de que somos
miembros de Cristo, como una extensión de su presencia personal en el mundo. Y de aquí
deriva, naturalmente, nuestro deber de vivir realmente en conformidad con
Cristo. De aquí derivan también las exhortaciones de san Pablo a propósito de
los diferentes carismas que animan y estructuran a la comunidad cristiana.
Todos se remontan a un único manantial, que es el Espíritu del Padre y del
Hijo, sabiendo que en la Iglesia nadie carece de un carisma, pues, como escribe
el Apóstol, "a cada cual se le otorga la manifestación del Espíritu para
provecho común" (1 Co 12, 7). Ahora bien, lo
importante es que todos los carismas contribuyan juntos a la edificación de la
comunidad y no se conviertan, por el contrario, en motivo de discordia. A este
respecto, san Pablo se pregunta retóricamente: "¿Está dividido
Cristo?" (1 Co 1, 13). Sabe bien y nos enseña
que es necesario "conservar la unidad del Espíritu con el vínculo de la paz:
un solo Cuerpo y un solo Espíritu, como una es la esperanza a que habéis sido
llamados" (Ef 4, 3-4). Obviamente,
subrayar la exigencia de la unidad no significa decir que se debe uniformar o
aplanar la vida eclesial según una manera única de actuar. En otro lugar, san
Pablo invita a "no extinguir el Espíritu" (1 Ts
5, 19), es decir, a dejar generosamente espacio al dinamismo imprevisible de
las manifestaciones carismáticas del Espíritu, el cual es una fuente de energía
y de vitalidad siempre nueva. Pero para san Pablo la edificación mutua es un
criterio especialmente importante: "Que todo sea para edificación" (1
Co 14, 26). Todo debe ayudar a construir
ordenadamente el tejido eclesial, no sólo sin estancamientos, sino también sin
fugas ni desgarramientos. En una de sus
cartas san Pablo presenta a la Iglesia como esposa de Cristo (cf. Ef 5, 21-33), utilizando una antigua metáfora profética,
que consideraba al pueblo de Israel como la esposa del Dios de la alianza (cf.
Os 2, 4. 21; Is 54, 5-8): así se pone de relieve la
gran intimidad de las relaciones entre Cristo y su Iglesia, ya sea porque es
objeto del más tierno amor por parte de su Señor, ya sea porque el amor debe
ser recíproco, y por consiguiente, también nosotros, en cuanto miembros de la
Iglesia, debemos demostrarle una fidelidad apasionada. Así pues, en
definitiva, está en juego una relación de comunión: la relación ¯por decirlo así¯ vertical, entre
Jesucristo y todos nosotros, pero también la horizontal, entre todos los que se
distinguen en el mundo por "invocar el nombre de Jesucristo, Señor
nuestro" (1 Co 1, 2). Esta es nuestra
definición: formamos parte de los que invocan el nombre del Señor Jesucristo.
De este modo se entiende cuán deseable es que se realice lo que el mismo san
Pablo dice en su carta a los Corintios: "Por el contrario, si todos
profetizan y entra un infiel o un no iniciado, será convencido por todos,
juzgado por todos. Los secretos de su corazón quedarán al descubierto y,
postrado rostro en tierra, adorará a Dios confesando que Dios está
verdaderamente entre vosotros" (1 Co 14, 24-25).
“ Concluimos
nuestra última reflexión con las mismas palabras del Papa Benedicto XVI: “Así
deberían ser nuestros encuentros litúrgicos. Si entrara un no cristiano en una
de nuestras asambleas, al final debería poder decir: "Verdaderamente Dios
está con vosotros". Pidamos al Señor que vivamos así, en comunión con
Cristo y en comunión entre nosotros.” (Audiencia General, Miércoles, 22 de
noviembre de 2006) |